Manifiesto a la actual sociedad guatemalteca
por Sergio Castañeda
Somos un opio narcótico que duerme la memoria histórica a la hora y fecha de ir a las urnas, aquellos pretenciosos mestizos tan clasistas y tan racistas, alienados y enamorados de la blancura aria. Esos mismos que expresamos el amor oportunista hacia la cosmovisión de nuestros antepasados, la ancestral cultura maya de la que nos recordamos y damos su debido espacio sólo cada vez que hay Baktún.Y es que el oportunismo lo sabemos manejar de forma exquisita, pues no hace mucho parecíamos una sociedad anti-racista; eso sí, solamente duró un momento y fue cuando un “hombre de maíz” hizo historia en el deporte; ahí sí recuerdo que articulamos con algarabía y honrosamente “que todos somos guatemaltecos”, aunque muchos hubieran preferido un héroe de tipo hollywoodense. Recuerdo la noche que lo recibimos masivamente en su regreso al país, aunque semanas antes de su hazaña muchos hubieran preferido que no lo dejaran ingresar a alguna discoteca o café de moda; y seguramente lo hubieran visto raro, como extraviado, incluso como intruso, en un tal Paseo Cayalá.
Somos los miles de jóvenes envenenados e idiotizados por las diversas marcas anglosajonas y los ostentosos centros comerciales (los malls, para los aficionados al spanglish), que no son más que palacios de pomposidad para posar nuestras gordas, chatas o largas narices en las vitrinas, como todo buen espécimen sumergido en la menuda cultura MTV. Somos también una desordenada y jardinizada ciudad del futuro, aunque también nos sorprenden agujeros en la tierra que se tragan a casas y personas.
Somos los que endiosamos en sobremanera, como un ídolo intocable, a un cantante Pop que ahora bebe su dañina Pepsi y sufre una metamorfosis ideológica. Somos la nueva tendencia fashion-excluyente como nuevo folklore del centro histórico de la ciudad. También somos la fiel afición que paga, brinca, grita y se ilusiona en los partidos de la “Sele”, mientras que estos no responden a esa pasión, amañan partidos y aún así quedan eliminados, como de costumbre, de la justa mundialista. Somos esas clases segregadas, egoístas, indiferentes. Somos las clases modestas y esa peculiar llamada clase media, esa misma que es tan amante de las ínfulas, los prejuicios y las apariencias. Somos los fieles corderos, trabajadores autómatas, sirvientes de la hermética cúpula de poder guatemalteca. Y sí, por supuesto que somos la sabrosa mordida que da de comer a la autoridad corrupta que se ampara en una placa, en uniformes nuevos y en un arma de fuego. Y ahí estamos, tan acostumbrados observamos a algunos niños que ya forman parte de la “eitin” o la salvatrucha, rifando conflictos sin sentido por esa violencia heredada y alimentada por la sistematización económica y social. ¿Y cómo olvidarnos que también somos esos machos y esas hembras que reivindican el rupestre machismo cotidiano?
Somos la ciudad capital guatemalteca con sus barrios enjaulados, con seguridad privada; sí, esos barrios privados que inyectan a los chicos la paranoia ante lo que les espera afuera. Esos padres que orientan a sus nenas a que se “busque un ejecutivo con pisto” y a su hombrecito “una mujercita que sepa cocinar… y canchita, pa’ mejorar la raza”.
Somos el vómito producido por cebada fermentada en levadura y enlatada como identidad y orgullo patrio “100% nacional”. Somos adolescentes alienados y fanáticos de la belleza vendida en occidente, acentuando ese torpe spanglish de la cultura que invita a las adolescentes a una terrible anorexia. Somos donadores del voto al “menos peor” cada cuatro años, somos 36 años de balas, fuego cruzado y no aprender; e incluso, olvidar.
Somos aquellos egoístas que no voltean a ver al prójimo ni cuestionan nada de las problemáticas del país, y que, por supuesto, ni se preguntan cómo promover ideas de cambio. ¿Y para qué?, si ya hemos comprado el nuevo I-Phone. Somos los que celebramos que un tipo armado mate a un delincuente por el robo de un simple teléfono celular y vemos en eso un acto loable y no un asesinato. Y es que somos Los “chapines” (¡pero vaya término!) brutos que priorizamos el derecho de la libre locomoción ante el derecho inalienable de la vida. Somos un caso bien simpático y jodido, pero cómo negar todo aquello que se es.
Aclaro, querido lector, que no es mi afán ofender a nadie; pero te pregunto: ¿vos sos, o no sos?
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