lunes, 20 de julio de 2015

Serio Hombre...


Armando Contreras ha sido ascendido a gerente recientemente. Es el hombre de la familia. Esposo dominante de Laura. Armando es católico, padre autoritario de Alvarito de seis años y de ideología neo-liberal: "Los pobres son pobres por huevones mientras los emprendedores exitosos hacemos pisto" es una de sus máximas morales. Maneja un automóvil europeo digno de una clase media con muy buen salario, acá suelen decirles clase media acomodada y/o aspiracional, creo.

Hoy, hace unas horas, se tomó varios whiskis en el bar de un hotel cinco estrellas con los compinches del trabajo. Viste formalmente, con clase ejecutiva y siempre elige el camino más largo hacía su casa para así poder observar, para pasar wachando a esas chicas; oficinistas de las esquinas olvidadas; morenas, rubias, altas, bajas y con el rímel a la luz de laluna… hoy anda más caliente que de costumbre, se toca su falo y fantasea. Maneja, da vueltas y piensa si hacerlo o no, vuelta tras vuelta a la manzana hasta que detiene su auto en la esquina donde considera está el grupo de las chicas más atractivas mientras procedea hacer un gesto de hombre moderno, un mate de macho-emprendedor para llamar a una del grupo mientras revisa por el retrovisor, por aquello de las dudas, que no lo vea nadie conocido aunque él mismo sonríe irónica e inmediatamente por su ingenuidad, pues sus conocidos evidentemente no visitan estos sectores se dice tranquilizándose.

“Hola guapo – qué tal mi amor – cuanto – ¿y el sexo oral? - a donde - ¿Me lo vas a hacer rico?” son algunas de las frases que intercambian dentro de una considerable cacofonía pues él está borracho y ella quizá, solo quizá, haya fumado alguna piedra hace unos momentos. Finalmente cierran trato y ella sube al auto; es alta, morena, fuerte, con un perfume que en otros momentos hubiese ofendido a Armando, es decir; al nuevo gerente de la empresa, pero en este momento no, al contrario; lo excita en serio.

Mientras él conduce ella ya ha empezado a tocarle el miembro y lo hace con maestría y el lo goza y lo disfruta; lo celebra pues se ha despojado por algunos minutos del personaje de ejecutivo, de padre conservador, de “hombre de la casa”. Porque en definitiva, ha sido arropado por los encantos de quien se hace llamar "Mary", su nombre de guerra, claro está. Armando ya parqueó el auto y pagó un hotel barato. Se encuentra muy excitado; años de no sentir esa fogosidad; el sexo con su mujer (si, “suya”) se ha convertido en un rito perennemente monótono, el arriba y ella abajo. Ella no puede gemir sueltamente porque a su esposo no le gusta y puesto que es la señora “De Contreras” ella obedece pero hoy, gracias al delirio de poder que produce ese fetiche llamado dinero, Armando se desquitará de la rutina; Hoy será un “Dirck Digler” en la cama, un rey del porno.


Ya están en la habitación la cual es húmeda, barata y repelente pero ¿qué le importa eso a Armando estando tan excitado? La Mary ahora se lo lame, despacio, más despacio que  rápido y en una rincón de aquella habitación aparece Friedrich Von Hayek fumando un delgado cigarrillo y analizando la situación en la que se encuentra un querido admirador suyo como lo es Armando quien le detiene la cabeza a Mary, llegó la hora; se le pone encima, se le monta como todo un macho alfa, Mary ya esta boca abajo y el Gerente Conteras ya está adentro; nunca antes tan excitado, nunca antes tan extasiado, nunca antes tan desinhibido. No ha durado más de quince minutos, ha saciado gran parte de su deseo y también se le ha pasado en cierto grado la borrachera y lo extasiado en él se ha calmado. No ve a los ojos a Mary, se levanta y tira un billete sobre el colchón mientras le habla fríamente  - quedáte con el cambio, me tengo que ir - y se larga, la ha dejado sola.


Llega a su casa pasada la media noche y resopla antes de bajarse del automóvil. "Que buen polvo” se dice para adentro. Su hijo está durmiendo y su esposa también pues ya es tarde. Decide quedarse en un cuarto donde tienen una cama para cuando hay visitas del extranjero; "cuarto de huéspedes" lo nombra él, su mujer (si, “suya”) lo llama el "cuarto de las cajas" y Alvarito, su hijo, lo llama el "cuarto de los juguetes" en fin es lo mismo, ahí descansará por esta noche.

A las seis de la mañana la alarma de su celular lo despierta, dentro de sesenta minutos tiene que ir a dejar a su hijo a un colegio privado donde rezan todas las mañanas. Armando comienza a recordar el polvo de anoche, algunos detalles que ve tan claros: la cabeza de Mary entre sus piernas, Mary debajo de él, el encima, también recuerda que Mary era alta y fuerte y que él también le toco de arriba abajo su miembro entre las piernas. Porque Mary tenia falo, el nombre de pila de Mary es Mario si, Mary dentro del constructo social para muchos sería un "hombre" y ha sido discriminada reiteradamente por ser una mujer trans a la que han tratado como delincuente en repetidas ocasiones. Pero apenas anoche, excitados, el gerente y la "sexoservidora" se rosaron sus geografías y Armando lo disfrutó.

“Pero al menos fui yo quien se la metió” se repite de manera ingenua desde la característica incoherencia falocentrista. Por supuesto vomitó tras recordar algunos detalles, un vómito moral podría llamarse pues siente tirria y culpa Porque en el fondo sabe que no fue del todo el guaro, sabe que no se confundió, reconoce que sabía lo que hacía, que hace años que pasa por esas esquinas con recios deseos pero lo consideraba simplemente un mal juego de su inconsciente que lo castigaba con pensamientos pecaminosos no dignos de un gerente, de alguien que maneja un auto europeo del año, de un discípulo del señor Von Hayek.

Se lava la boca, se pone su tacuche, la oficina lo espera. Se dice a si mismo, en una especie de rito judeocristiano, que no volverá a hacerlo… su esposa se está duchando así que entra al baño a hablarle – mi vida, me voy, un beso – ella no le responde porque está emputada debido a que anoche llego tarde su esposo.

Alvarito ya está bañado, peinado, uniformado y de pie junto a la puerta - mijo, abrochese bien el sueter, usted siempre tiene que estar elegante, como su papá  – replica autoritariamente el señor Armando mientras Alvarito procede a abrocharse su sueter. Ya salieron de la casa, Alvarito corre, tropieza con la banqueta y cae golpeándose y llora. Eso desespera un tanto a Armando que tiene poca paciencia aquella mañana. – Levántese; los hombres no llo……. – no logra terminar aquel discurso ancestral, bufonesco y machista, no tuvo fuerza para articular aquella última palabra. Se enfada con él mismo, respira y toma fuerza – ¡que los hombres no lloran, carajo! – logra manifestar por fin tratando así de librarse un poco de su remordimiento doble-moralista. Von Hayek iba caminando al otro lado de la calle, ha visto y escuchado la escena e inmediatamente a soltado una estruendosa carcajada imposible de oír en el mundo de los que todavía sienten.