Armando Contreras ha sido ascendido a
gerente recientemente. Es el hombre de la familia. Esposo dominante de Laura.
Armando es católico, padre autoritario de Alvarito de seis años y de ideología
neo-liberal: "Los pobres son pobres por huevones mientras los
emprendedores exitosos hacemos pisto" es una de sus máximas morales.
Maneja un automóvil europeo digno de una clase media con muy buen salario, acá
suelen decirles clase media acomodada y/o aspiracional, creo.
Hoy,
hace unas horas, se tomó varios whiskis en el bar de un hotel cinco estrellas
con los compinches del trabajo. Viste formalmente, con clase ejecutiva y
siempre elige el camino más largo hacía su casa para así poder observar, para
pasar wachando a esas chicas; oficinistas de las esquinas olvidadas; morenas,
rubias, altas, bajas y con el rímel a la luz de laluna… hoy anda más caliente
que de costumbre, se toca su falo y fantasea. Maneja, da vueltas y piensa si
hacerlo o no, vuelta tras vuelta a la manzana hasta que detiene su auto en la
esquina donde considera está el grupo de las chicas más atractivas mientras
procedea hacer un gesto de hombre moderno, un mate de macho-emprendedor para
llamar a una del grupo mientras revisa por el retrovisor, por aquello de las
dudas, que no lo vea nadie conocido aunque él mismo sonríe irónica e
inmediatamente por su ingenuidad, pues sus conocidos evidentemente no visitan
estos sectores se dice tranquilizándose.
“Hola
guapo – qué tal mi amor – cuanto – ¿y el sexo oral? - a donde - ¿Me lo vas a
hacer rico?” son algunas de las frases que intercambian dentro de una
considerable cacofonía pues él está borracho y ella quizá, solo quizá, haya
fumado alguna piedra hace unos momentos. Finalmente cierran trato y ella sube
al auto; es alta, morena, fuerte, con un perfume que en otros momentos hubiese
ofendido a Armando, es decir; al nuevo gerente de la empresa, pero en este
momento no, al contrario; lo excita en serio.
Mientras
él conduce ella ya ha empezado a tocarle el miembro y lo hace con maestría y el
lo goza y lo disfruta; lo celebra pues se ha despojado por algunos minutos del
personaje de ejecutivo, de padre conservador, de “hombre de la casa”. Porque en
definitiva, ha sido arropado por los encantos de quien se hace llamar "Mary",
su nombre de guerra, claro está. Armando ya parqueó el auto y pagó un hotel
barato. Se encuentra muy excitado; años de no sentir esa fogosidad; el sexo con
su mujer (si, “suya”) se ha convertido en un rito perennemente monótono, el
arriba y ella abajo. Ella no puede gemir sueltamente porque a su esposo no le
gusta y puesto que es la señora “De Contreras” ella obedece pero hoy, gracias
al delirio de poder que produce ese fetiche llamado dinero, Armando se
desquitará de la rutina; Hoy será un “Dirck Digler” en la cama, un rey del
porno.
Ya
están en la habitación la cual es húmeda, barata y repelente pero ¿qué le
importa eso a Armando estando tan excitado? La Mary ahora se lo lame, despacio,
más despacio que rápido y en una rincón de aquella habitación aparece
Friedrich Von Hayek fumando un delgado cigarrillo y analizando la situación en
la que se encuentra un querido admirador suyo como lo es Armando quien le
detiene la cabeza a Mary, llegó la hora; se le pone encima, se le monta como
todo un macho alfa, Mary ya esta boca abajo y el Gerente Conteras ya está
adentro; nunca antes tan excitado, nunca antes tan extasiado, nunca antes tan
desinhibido. No ha durado más de quince minutos, ha saciado gran parte de su deseo y
también se le ha pasado en cierto grado la borrachera y lo extasiado en él se
ha calmado. No ve a los ojos a Mary, se levanta y tira un billete sobre el
colchón mientras le habla fríamente - quedáte con el cambio, me tengo que
ir - y se larga, la ha dejado sola.
Llega
a su casa pasada la media noche y resopla antes de bajarse del automóvil.
"Que buen polvo” se dice para adentro. Su hijo está durmiendo y su esposa
también pues ya es tarde. Decide quedarse en un cuarto donde tienen una cama
para cuando hay visitas del extranjero; "cuarto de huéspedes" lo
nombra él, su mujer (si, “suya”) lo llama el "cuarto de las cajas" y
Alvarito, su hijo, lo llama el "cuarto de los juguetes" en fin es lo
mismo, ahí descansará por esta noche.
A
las seis de la mañana la alarma de su celular lo despierta, dentro de sesenta
minutos tiene que ir a dejar a su hijo a un colegio privado donde rezan todas
las mañanas. Armando comienza a recordar el polvo de anoche, algunos detalles
que ve tan claros: la cabeza de Mary entre sus piernas, Mary debajo de él, el
encima, también recuerda que Mary era alta y fuerte y que él también le toco de
arriba abajo su miembro entre las piernas. Porque Mary tenia falo, el nombre de
pila de Mary es Mario si, Mary dentro del constructo social para muchos sería
un "hombre" y ha sido discriminada reiteradamente por ser una mujer
trans a la que han tratado como delincuente en repetidas ocasiones. Pero apenas
anoche, excitados, el gerente y la "sexoservidora" se rosaron sus
geografías y Armando lo disfrutó.
“Pero al menos fui yo quien se la metió” se repite de manera ingenua
desde la característica incoherencia falocentrista. Por supuesto vomitó tras
recordar algunos detalles, un vómito moral podría llamarse pues siente tirria y
culpa Porque en el fondo sabe que no fue del todo el guaro, sabe que no se
confundió, reconoce que sabía lo que hacía, que hace años que pasa por esas
esquinas con recios deseos pero lo consideraba simplemente un mal juego de su
inconsciente que lo castigaba con pensamientos pecaminosos no dignos de un
gerente, de alguien que maneja un auto europeo del año, de un discípulo del
señor Von Hayek.
Se
lava la boca, se pone su tacuche, la oficina lo espera. Se dice a si mismo, en
una especie de rito judeocristiano, que no volverá a hacerlo… su esposa se está
duchando así que entra al baño a hablarle – mi vida, me voy, un beso – ella no
le responde porque está emputada debido a que anoche llego tarde su esposo.
Alvarito
ya está bañado, peinado, uniformado y de pie junto a la puerta - mijo,
abrochese bien el sueter, usted siempre tiene que estar elegante, como su
papá – replica autoritariamente el señor Armando mientras Alvarito
procede a abrocharse su sueter. Ya salieron de la casa, Alvarito corre,
tropieza con la banqueta y cae golpeándose y llora. Eso desespera un tanto a
Armando que tiene poca paciencia aquella mañana. – Levántese; los hombres no
llo……. – no logra terminar aquel discurso ancestral, bufonesco y machista, no
tuvo fuerza para articular aquella última palabra. Se enfada con él mismo,
respira y toma fuerza – ¡que los hombres no lloran, carajo! – logra manifestar
por fin tratando así de librarse un poco de su remordimiento doble-moralista.
Von Hayek iba caminando al otro lado de la calle, ha visto y escuchado la
escena e inmediatamente a soltado una estruendosa carcajada imposible de oír en
el mundo de los que todavía sienten.