A pesar de no
haber avanzado mucho he estado practicando para poder pronunciar su nombre sin lúgubre
solemnidad, para nombrarle con el cariño y la fraternidad con la que solía
llamarlo. Claro, uno va forjándose el propio carácter y aprendiendo a vivir,
uno en cierta medida logra una considerable liviandad y agilidad de pies para
llevar a cuestas las cargas que la existencia indescifrable trae consigo. Pero,
en cualquier momento, los confusos caminos de la condición
humana pueden llevarnos hacía abismos profundos donde se cae demolido y sin
consuelo alguno.
El ser humano,
a través de la historia, pareciera darse la tarea de encontrar diferentes
formas de barbarie. El egoísmo y la cosificación están a la orden del día y es
por eso que hacer buenos amigos en el transcurso de la vida es una dicha que no
toca a todos los seres. A mí, por fortuna, me ha tocado pero también, por
desgracia, por diversas razones que responden a un sistema criminal que impera
en este país donde vivo y al cual resulta de suma importancia al menos el intento
por cambiarlo, también me toca despedirme de un gran amigo al que le cortaron
la vida, el amor y esa risa que aún hoy recuerdo con el mismo gusto que me
invadía al escucharla.
A veces,
cuando la nostalgia arropa nuestro pensamiento, uno espera equivocarse en
ciertos puntos metafísicos y es que me entristece hondamente pensar que nunca
más escucharé esa peculiar risa, que nunca más podre estrechar esa delgada mano
con dedos anchos, que nunca más chocaremos nuestros vasos en brindis una noche
cualquiera en la que desafiábamos a la tristeza con carcajadas infinitas, que
nunca más caminaremos juntos por las calles de los viejos barrios de una jodida
ciudad que se hunde en desconsuelo.
Y es que el
tiempo no para; no pasa rápido, no pasa lento, simplemente transcurre pero vaya
si no pareciera haber sido ayer cuando su brazo me rodeó y su boca acercándose a
mi oído manifestó un sincero “te quiero cabrón”. Lo recuerdo tan claramente
cuestionándome sobre el agnosticismo y/o ateísmo o cuando me preguntaba
respecto a mi relación sentimental con esa bella mujer a la que reiteradamente,
como un hermano mayor, pidió cuidarme. Pareciera haber sido hace unos cuantos
días cuando me preguntaba desde su característica modestia sobre algún tema que
consideraba que yo podía dominar en algún grado. Recuerdo también, que constantemente, me enseñó mucho con su noble temple y solidaridad.
La ausencia
está presente en las horas marchitas que marchan hacía un destino incierto, la
oscuridad y el silencio de la noche son el escenario perfecto para reflexionar
sobre la soledad que se posa sin mesura sobre nuestros hombros. Tras la pronta
partida de un cómplice de carcajadas, de un compañero de viajes inmorales, tendré
que demolerme para renacer, dejarlo partir y llevarlo siempre conmigo para así seguir aprendiendo a caminar entre las paradojas que traza esta existencia.