viernes, 10 de enero de 2014

Silencio...

Roberto Álvarez alias “el beto”, recostó su delgado cuerpo en la clínica del Doc. Ramírez, psicólogo estatal y que anda de muy mal humor últimamente. En su librera se pueden encontrar tres libros de Freud, dos de Lacan y uno muy empolvado de Alfred Adler entre otros tantos. Alberto, por otra parte, por fin se ha decidido a desahogar aquella atroz experiencia que recurrentemente se acomoda en su psiquis, sin ninguna intención de desalojarla hasta el fin de los tiempos.

Alberto -: Era una fría madrugada de Noviembre y este país podrido se encontraba inundado en plena guerra civil y yo, como de costumbre, apenas podía dormir. De pronto escuché que irrumpían en la casa vecina donde vivía únicamente Luis Bonilla de 24 años, mi amigo de toda la vida; un comprometido activista, sensible, trovador, declamador, rojo y rojo, delantero letal y un seductor inigualable… Lo recuerdo bien, muy bien, eran tres tipos; judiciales sin lugar a dudas… entre insultos y golpes sacaron a wicho al patio adjunto a mi casa. Silenciosamente me acerqué para poder mirar tras la persiana cuidándome de que no me vieran, que no me escucharan, que no me percibieran… actué como un espectador, como un espía, como un especie de voyerista, como un militante cobarde. Lo molían a patadas y manadas mientras yo observaba, le corría sangre por la boca y procedían a colocarle una 38 especial en la frente y yo observaba, le repetían que iba a sufrir mucho por comunista, “pequeño che Guevara” le decían burlonamente y yo observaba…



Wicho, en medio de la golpiza pronunció algunas palabras con un tono de voz que jamás le había escuchado, un tono de voz producto de los cobardes golpes, del miedo humano y de la inherente resistencia a la tortura. Palabras que punzan sobre mí desde aquel entonces; “¡Beto, ayudáme, me van a matar!” Yo, respondí con mi silencio, mientras aquellas palabras recorrían mi espina dorsal dando como resultado el mismo escalofrío que siente mi cuerpo en este instante, no similar, el mismo… Vi aún como lo arrastraban hacía una camioneta negra… Si, allí iba mi mejor amigo, iban tantas experiencias compartidas, iba parte de mi, mi hermano elegido al que no le respondí, el que pidió mi auxilio e ignoré y si bien la indiferencia es hermana de la apatía mis oídos estuvieron siempre alertas y aún escucho su cansada voz, que poco a poco a lo largo de estos años me es cada vez más sonora… pude haber sido yo, no sé si mi hermano hubiera respondido con el silencio al igual que yo lo hice, la verdad no lo creo… cuentan que nunca lo encontraron, pero yo sigo escuchando su voz.