jueves, 17 de octubre de 2013

El Barrio



Multifacético, peligroso, urbano, tradicional, mítico, ruidoso, silencioso, jodido, pobre, rico, metanfetaminoso, religioso, callejero, pandillero, custodiado… así amanece aquel barrio; los primeros rayos de luz llegaban aquella mañana como suelen aparecer cotidianamente, pero son como todo en ese barrio: diversos y variados, luminosos y oscuros… el barrio despierta con la gente, la gente goza a veces y otras; sufre al barrio.

“Tan – tan – tan”, las campanas de una pequeña iglesia cerca del barrio replican una y otra vez anunciando la ceremonia, el rito, el culto, la misa. Los creyentes se encaminan hacia el templo mientras la hora de que los chicuelos ingresen a la escuela ha llegado, así lo advierte el timbre de aquella institución. Josecito va tarde, trota, corre, lo van a castigar ahí; cuentan que todavía golpean a los alumnos si desobedecen las normas establecidas.

Entonces sigue corriendo sin voltear a ver al vagabundo que ha dormido en la misma acera de ese barrio durante los últimos tres años: “el Peter”, quien por las noches en dicha acera a postrado su tufo, su decadencia, su locura, su muerte viviente. Hay diversas teorías acerca de él, Unos; dicen que el exceso de drogas alucinógenas lo dejó en la ruina; otros, que anduvo en malos pasos entrometiéndose en ritos satánicos y oscuros realizando pactos con Belcebú y por la esquina unos hippies aseguran que simplemente se despojó de las preocupaciones de este jodido y cabrón mundo, de este jodido y cabrón sistema. La verdad nadie sabe ni sabrá a ciencia exacta lo ocurrido con aquel vagabundo.

Doña Wicha, quien fue a misa esta mañana, y a quien le gusto la homilía, que fue al medio día a traer  a su hijo Alvarito al colegio, ya regresó de traer las tortillas para el almuerzo que está por servir. Entretanto, a “Peter”, el vagabundo, nunca se le ve en el barrio por las tardes. Los tacones de unas muchachas denotan la aceleración del paso (como lo hacen la mayoría de vecinos) al deambular frente a aquel callejón sin asfalto, con tierra, con lodo, llamado “el África”. Donde hay una buena cantidad de grafitis con máximas de pandillas, la más grande y mejor hecha declara la frase: “entre locos no muere el loco”; al fondo, en una pequeña casa, vive el ranflero de la clica, la cual ahí planea sus atracos, casi siempre son operados afuera del barrio, en una especie de idiosincrasia  leal a la gente de su barrio.

El ranflero se hace llamar el Big Wolf, en su casa; tiene una plasma de treinta y ocho pulgadas y una tola cuarentaicinco; llena sus pulmones de mucha yesca durante el día, cuenta con más de veinticinco tatuajes, pero del que más orgulloso está es del que se ubica en el omóplato de su geografía, el cual expresa: “muero por mi clica”. Le regala bastante dinero a su única hija, quien acaba de cumplir ocho años pero que nunca pasea con su papá, puesto que este las únicas veces que sale del África es para atracos mayores; de verdad sería serio pedo meterse con ese vato.

La convulsa cotidianidad ha transcurrido en aquel barrio; patrullas custodiando, adolescentes estudiantes, algún vato planeando algún atraco, cinco niños jugando con una pelota plástica y rota al sacarrín, y el sol ya procede a ocultarse cuando pasa el espectro de anima-oblitus: espectro laborioso que vigila a los olvidados trabajadores callejeros y deambula todos los días Miércoles por este barrio. Esta vez,  justamente se detiene enfrente de un local alquilado por la organización de Alcohólicos Anónimos, donde un sujeto da su testimonio al estilo de todo un pastor protestante declarando que bebió de sobremanera por veinte años y que ahora levantó la mano gracias a que encontró al señor.

La noche ha llegado y la luna se hizo presente sin miedo; dentro de varias casas en ese barrio se vive oscura nocturnidad, en paredes carcomidas de desolación, de adicción, de intoxicación, de paniqueamiento, de consumismo farmacéutico, puntos visitados por adictos a las suaves y a las duras, adictos de toda clase, de todo sexo, ratas caminantes pasan mientras inunda un olor a mierda sumado con olor a mierda y vómitos. Las voces susurrando, un televisor, tremenda pistolota la del encargado y el barrio lo sabe, los vecinos lo saben, la comprada policía lo sabe y los enemigos de los dueños lo saben, y a veces, solo a veces, pasan tragedias muy violentas dentro de esos purgatorios terrenales, pero Joshua solo quiere unas líneas más, así que deja los papeles de su carro rojo como garantía, porque se le acabó el efectivo.

Muy cerca de uno de esos jodidos lugares bautizados bajo el nombre de puntos, en la esquina, hay un grupo de cuatro prostitutas, sexoservidoras, oficinistas de las esquinas, dicen, cuentan en el barrio que son las más cotizadas de por ahí, las mas voluptuosas, las mas buenotas, las más eróticas, las que mejor lo chupan.

Se parquea un carro pequeño, -“¿Qué tal, papi? -¿Cuánto el oral… y el vaginal? -Vamos a un hotelito acá cerca, ahí me lo haces bien mi amor” Son algunas de las frases que intercambia Freddy con la Shanty. Freddy viene del trabajo, vive también en el barrio, está caliente y medio bolo y el cuerpo de la Shanty lo excitó, lo encendió, lo entusiasmó, lo estimuló mucho;  acuerdan todo el trato y se dirigen a un hotelito cercano, él cual es sucio pero barato, feo pero efectivo, pequeño pero suficiente.

Freddy disfruta el polvo, está muy excitado y desinhibido, tan desinhibido actúa que queda agotado y dormido tras él polvo y la Shanty aprovecha su viveza que le enseñó la calle robándole el celular.

El día ya está por terminar, la noche ha sido fiel testigo del barrio. El estruendo de dos sonidos iguales, uno inmediatamente seguido del otro aparecen; sonidos secos y conocidos por los vecinos. “Paahhhh–páahhhh” Una vecina ve a través de su ventana, un cuerpo de mujer yace en el suelo mientras un carro acelera a toda velocidad, no tan lejos se escucha ya la sirena de la patrulla policíaca y la vecina procede a llamar a los bomberos…

Los diarios, llegan temprano  por la mañana a las casas, con la noticia. Incluso algunos diarios tomaron fotos de la víctima en el suelo y la sangre mezclándose como agua y electricidad, con el pavimento: “Acribillan a quema ropa en la esquina del barrio a Ricardo Ramírez, travesti; la policía declara que ya había estado implicado en extorción y que seguramente esto fue un ajuste de cuentas, las investigaciones continuarán”.

Es lo que recién Leyó  doña Conchita esta mañana de jueves; ella reside a una cuadra de donde aconteció el crimen, suspira, cierra el diario y refunfuña: –Las investigaciones continuarán, jaahh ¡cómo no!; y procede a caminar rápidamente a la tienda para comprar un par de huevos, pues el desayuno espera. Un día nuevo ha comenzado en el barrio.