sábado, 20 de abril de 2013

Mi Urbe



Mi urbe y sus ritos convulsos,
Sus ferias de tristezas y de bullicio apagado,
mi urbe como garrick perenne que
ríe llorando, que solloza y ¿cómo no?, 
Si es urbe de niños tatuados de hambre
que escupen balas en cualquier esquina olvidada,
si es una urbe sádica golpeándose
 con látigos de cuero negro,
de realidad negra, de devenir negro y de racismo blanco,
urbe alcahuete, consentidora y tolerante
con las vejaciones envenenantes y anacrónicas…

Como un laberinto sin salida, así se concibe esta urbe,
cual corazón humano ardiendo en una rustica parrilla,
visera que aún late mientras arde en ese fuego encendido
por la misma urbe…
aquella tan contradictoria, tan paradójica, tan incoherente,
tan bipolar, tan triste, tan melancólica y tan jodida,
tan precaria y tan pomposa, tan autentica y tan falsa
tan armada y tan hambrienta, tan armada y tan hambrienta,
urbe vendida y prostituida a los aristócratas del dinero,
al imperio y a esa excreción que es la inconsciencia…
mi urbe y sus bocinas de robotismo, de barrios enjaulados,
de eyaculaciones en esquinas, de esperanzas tenues,
de ínfulas arias, de comerciantes del hambre,
de noches de domingo desesperanzadoras,
 de mediocridad feudal, de segregación sistematizada,
 de nicotina consumista, de verdugos de conciencias,
nuestra urbe transcurre, bajo la sombra de nuestros gemidos.




Perfil mestizo de ciudad

 

El mestizo, Don Borrego de la ciudad, el presuntuoso clase mediero, el peón de la finca de los verdaderos burgueses a los que admira y los que casi le excitan (la oligarquía); aquel que se las ha visto de palitos varias veces para llegar a fin de mes pero que, sin embargo, compra diversas cosas que le aprietan más la billetera ya que sólo así puede librarse de que la opinión pública se entere que vive cómodamente más que su vecino (quizás sí, o quizás sólo lo aparente), quien no es más que su competencia a la hora de ver quién tiene más y mejores juguetes para adultos, su competencia de estatus, de ciertos lujos. Ese mestizo que se hace llamar ladino, el mismo que califica a los demás de “choleros, shumos, mucos, igualados, putas, huecos”; el que publica en redes sociales donde está comiendo, defecando o bailando siempre y cuando que el lugar donde se encuentre sea un lugar elitista, ¡claro que sí!

Aquel mestizo que más de una vez ha publicado en su “feisbuc” alguna foto de un indígena, con intención de chiste o burla por el simple hecho de que es indígena; sí, ese mestizo que se siente bien con su humor y su pedestre utensilio del ignorante racismo. El mismo peón de ciudad que se ríe, burla, critica y menosprecia el acento del castellano del “chato o chino” de la tienda sin darse cuenta de lo patético, estúpido e ignorante de su burla, ya que no es su idioma natal.

El mismo borrego que cree que su identidad la hace vistiendo con ropas de marcas, mismas que muchas veces compra en ofertas y las cuida cual túnicas. Que compra la apariencia comprándose un café de altos precios, café sacado de esta tierra y trabajado por guatemaltecos pero vendido al exterior y regresado por una trasnacional para cobrar mucho a los clientes y pagar poco a los empleados.
Ese mismo que cree que los derechos humanos son babosadas, que hay que matar a todos los cacos con mano dura. Aquel que en las urnas elige esa mano dura inexistente en la actualidad y ya propuesta y fracasada en antaño, el que se aburre con temas sociales como la memoria histórica, argumentado máximas de “profunda sabiduría” tales como: “eso ya paso, dejen el pasado de una vez por todas”. Ese mismo que quiere una dama en la calle pero una leona en la cama, la misma que quiere tener un príncipe azul para servirle la comida, cuidar a sus hijos, y así, ser “una gran mujer”.

El mestizo que niega su ascendencia indígena y fanfarronea de forma casi epiléptica su ascendencia europea, casi siempre falsa. El lambiscón de su jefe, el fanfarrón en el “moll” donde pasea mucho y compra poco, aquel que es incapaz de andar sin localizador un par de horas, pues el aparato lo maneja a él, lo ha idiotizado.

El que se mete coca por la nariz (coca sí, mota no: la coca, según él, le da estatus). El peón que siente una sensación similar al orgasmo cada vez que puede lucirse hablando inglés o mezclar éste con el castellano para formar un acentuado, prepotente, molesto y mal pronunciado “spanglish”. La silueta consumista, alienada, enajenada. El que lleva el estiércol de haber cambiado su autenticidad, pegado a cada una de sus zapatillas de ejecutivo en proceso. A ese mestizo que no extiende la mano, que dice “huevones, pobres, shucos, hippies peludos, huecos, putas” etcétera, por llevar siempre a su amigo inseparable: el prejuicio. Aquel guatemalteco que no sabe ni le interesa el significado de la palabra humanismo, solidaridad y conciencia, lastimosamente, lo veo todos los días por las calles de esta ciudad.

viernes, 19 de abril de 2013

Manifiesto a la actual sociedad guatemalteca

por Sergio Castañeda

Somos un opio narcótico que duerme la memoria histórica a la hora y fecha de ir a las urnas, aquellos pretenciosos mestizos tan clasistas y tan racistas, alienados y enamorados de la blancura aria. Esos mismos que expresamos el amor oportunista hacia la cosmovisión de nuestros antepasados, la ancestral cultura maya de la que nos recordamos y damos su debido espacio sólo cada vez que hay Baktún.
Y es que el oportunismo lo sabemos manejar de forma exquisita, pues no hace mucho parecíamos una sociedad anti-racista; eso sí, solamente duró un momento y fue cuando un “hombre de maíz” hizo historia en el deporte; ahí sí recuerdo que articulamos con algarabía y honrosamente “que todos somos guatemaltecos”, aunque muchos hubieran preferido un héroe de tipo hollywoodense. Recuerdo la noche que lo recibimos masivamente en su regreso al país, aunque semanas antes de su hazaña muchos hubieran preferido que no lo dejaran ingresar a alguna discoteca o café de moda; y seguramente lo hubieran visto raro, como extraviado, incluso como intruso, en un tal Paseo Cayalá.
Somos los miles de jóvenes envenenados e idiotizados por las diversas marcas anglosajonas y los ostentosos centros comerciales (los malls, para los aficionados al spanglish),  que no son más que palacios de pomposidad para posar nuestras gordas, chatas o largas narices en las vitrinas, como todo buen espécimen sumergido en la menuda cultura MTV. Somos también una desordenada y jardinizada ciudad del futuro, aunque también nos sorprenden agujeros en la tierra que se tragan a casas y personas.
Somos los que endiosamos en sobremanera, como un ídolo intocable, a un cantante Pop que ahora bebe su dañina Pepsi y sufre una metamorfosis ideológica. Somos la nueva tendencia fashion-excluyente como nuevo folklore del centro histórico de la ciudad.  También somos la fiel afición que paga, brinca, grita y se ilusiona en los partidos de la “Sele”, mientras que estos no responden a esa pasión, amañan partidos y aún así quedan eliminados, como de costumbre, de la justa mundialista. Somos esas clases segregadas, egoístas, indiferentes. Somos las clases modestas y esa peculiar llamada clase media, esa misma que es tan amante de las ínfulas, los prejuicios y las apariencias. Somos los fieles corderos, trabajadores autómatas, sirvientes de la hermética cúpula de poder guatemalteca. Y sí, por supuesto que somos la sabrosa mordida que da de comer a la autoridad corrupta que se ampara en una placa, en uniformes nuevos y en un arma de fuego. Y ahí estamos, tan acostumbrados observamos a algunos niños que ya forman parte de la “eitin” o la salvatrucha, rifando conflictos sin sentido por esa violencia heredada y alimentada por la sistematización económica y social. ¿Y cómo olvidarnos que también somos esos machos y esas hembras que reivindican el rupestre machismo cotidiano?
Somos la ciudad capital guatemalteca con sus barrios enjaulados, con seguridad privada; sí, esos barrios privados que inyectan a los chicos la paranoia ante lo que les espera afuera. Esos padres que orientan a sus nenas a que se “busque un ejecutivo con pisto” y a su hombrecito “una mujercita que sepa cocinar… y canchita, pa’ mejorar la raza”.
Somos el vómito producido por cebada fermentada en levadura y enlatada como identidad y orgullo patrio “100% nacional”. Somos adolescentes alienados y fanáticos de la belleza vendida en occidente, acentuando ese torpe spanglish de la cultura que  invita a las adolescentes a una terrible anorexia. Somos donadores del voto al “menos peor” cada cuatro años, somos 36 años de balas, fuego cruzado y no aprender; e incluso, olvidar.
Somos aquellos egoístas que no voltean a ver al prójimo ni cuestionan nada de las problemáticas del país, y que, por supuesto, ni se preguntan cómo promover ideas de cambio. ¿Y para qué?, si ya hemos comprado el nuevo I-Phone. Somos los que celebramos que un tipo armado mate a un delincuente por el robo de un simple teléfono celular y vemos en eso un acto loable y no un asesinato. Y es que somos Los “chapines” (¡pero vaya término!) brutos que priorizamos el derecho de la libre locomoción ante el derecho inalienable de la vida. Somos un caso bien simpático y jodido, pero cómo negar todo aquello que se es.
Aclaro, querido lector, que no es mi afán ofender a nadie; pero te pregunto: ¿vos sos, o no sos?